Necrópolis
Me dolía por encima de cualquier otra cosa la pierna que me habían cercenado hace ya dos horas, me dolía el peso de la smith & Wesson en mi cintura, me dolían mis podridos dientes, mis sucias manos, me dolía el pestilente aroma del uniforme en mi cuerpo que llevaba tres noches y dos días en una fangosa trinchera, allí en medio de todas esas inmundicias pensé en mi madre. Pensé en sus manos blancas y su calor omnipotente, la recordé como si mi muerte fuese una tragedia, como si mi alma no fuese nada. Traté de recordarnos a ambos cuando yo tenía ocho años y me compró mi primer libro, pero por más que trate no pude recordar más de ella, pues mis sentidos se desviaron incógnitamente y caí en un extraño delirio que calmó mis agudos dolores, dejé de escuchar más los sonidos del convoy y de las detonaciones y me dejé ser presa de mi déspota transe. Allí volví a ver sus ojos calcinados por las hirvientes lágrimas de un dolor lastimero, uno mortuorio, luego la miré allí en la trinchera frente a mí, con su pañuelito blanco, sucio de maquillaje, la vi con la cara hinchada y una palidez aterradora, parecía haber llorado por días. Yo no me movía ni un poco, no respiraba ni un poco, no lloraba ni un poco, solo veía. Ella se consumía en su propia angustia ante mí, se desintegraba de apoco, se derrumbaba en el lodo y yo inerte en el suelo la miraba, sin poder abrazar a esa alma que me dio la razón, que me hizo vida de las cenizas, a ese inolvidable ser que amaba. Llego mi camarada Villegas se quitó el casco y le puso la mano en la espalda articulando una condolencia, yo aún no entendía, pero me inmutaba aquella escena, se fueron acercando más y más de mis camaradas y me dedicaban trémulas miradas y hablaban con rasposas voces, estaban alrededor mío, todos con su casco en la mano, todos con la cabeza agachada, todos con largos y gélidos llantos. De pronto toda mi mente se colmó de un manto de blancas rosas y aromas dulces, de fogosos sonidos y risas de niños por doquier, sentía la frescura en mi nariz, sentía mis dos piernas y mi cuerpo ligero, moreno y desnudo, sentía que abrazaba a mi madre una vez más y ella sonreía y yo también, vi todos mis amores y mi vida pasar en cuatro segundos, vi todo lo que alguna vez me hizo feliz y al fin entendí todo...
Cuando el circulo alrededor mío se abrió, entraron dos soldados con una camilla, me cargaron y el llanto de mi madre explotaba y desgarraba cada vez más mi espíritu, antes de verme partir a la fosa tiró su pañuelito en mi pecho y dejó mi espíritu germinar hasta su llegada.
A.A Duarte.
Cuando el circulo alrededor mío se abrió, entraron dos soldados con una camilla, me cargaron y el llanto de mi madre explotaba y desgarraba cada vez más mi espíritu, antes de verme partir a la fosa tiró su pañuelito en mi pecho y dejó mi espíritu germinar hasta su llegada.
A.A Duarte.
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